Mujeres del Caquetá que enfrentan el machismo y defienden la Amazonía

En el Caquetá, uno de los departamentos de la región amazónica, viven tres mujeres que le apostaron la vida al liderazgo, en un territorio marcado por el conflicto, la bonanza del caucho y la coca, la ganadería y la deforestación. 

 

Mariela Álvarez, Nubia Chacón y Magaly Belalcazar, tres líderes y representantes legales de organizaciones de mujeres y por mujeres en el Caquetá, son los ejemplos de las movilizaciones y organizaciones en defensa de derechos de género. Aunque todas le apuestan a la comunicación desde distintos ángulos, tienen como objetivo el empoderamiento femenino y la defensa del territorio amazónico. 

Mujeres que han alzado su voz, que han ido en contra de una sociedad que las marginó de los asuntos públicos y que las estigmatiza por su labor. Y ahora, luchan  por la vida, por ser reconocidas, ser visibles, por un espacio que puedan habitar sin miedo. Defienden la Amazonía y con todo lo que habitan en ella. 

Caquetá tiene una de las mayores producciones de carnes y lácteos del país. Según el Instituto Colombiano Agropecuario, existen aproximadamente 2 millones de cabezas de bovinos y más de 225 búfalos en lo que va del  2023. Cifra que contrasta con la recopilación de Global Forest Watch, donde se ha perdido en la última década el 75% de los bosques entre primarios y húmedos. 

La historia de colonización del Caquetá está marcada por la violencia y el conflicto armado. Una colonización espontánea a raíz de la violencia bipartidista, otra hecha por la Caja Agraria, que solo benefició a un grupo pequeño de campesinos; y en los años 60 el antiguo Incora adjudicó el 15 % de la tierra disponible para la reforma agraria  de las más de 20 mil personas que migraron al Caquetá. Esto provocó una ocupación desbordada hacia la selva. 

La llegada de familias de Huila, Tolima y Antioquia marcaron la historia de Caquetá como una cultura que se hizo a punta de retazos de otras regiones. También fue marcada por convertir a la mujer en elemento de intercambio en medio de la colonización. “Se decía que los hombres necesitaban un machete, un perro y una mujer, en ese orden, para abrir paso entre la selva”, narra Nelson Hoyos, fundador de Corpomanigua, una de las organizaciones que construyen paz en el territorio. 

No solo las mujeres debieron padecer ser la moneda de cambio en la colonización, sino que sufrieron los estragos de la guerra. La consolidación de las guerrillas y la llegada de los paramilitares, propició el desplazamiento forzado,  la violencia sexual, la tortura y el asesinato fueran las mujeres. “Vimos a muchas mujeres llegar con sus hijos a Florencia. Ahora debían ser las responsables de mantener sus casas mientras superaban lo que les había pasado”, afirma Fanny Gaviria, directora del programa mujeres de Corpomanigua. 

Las defensoras

Los azares de la vida de Mariela Alvarez, de cabello oscuro y de sonrisa amplia, la llevaron a conocer a una decena de mujeres con la que conformaría la Asociación Mujeres Sueños del Mañana, Asudelma. Una organización donde el hilo y la tela son la excusa y el vehículo para contar sus experiencias de vida, sus dolores, sus traumas, pero aún más son una forma de sanar. 

A unas pocas calles donde está el taller de Asudelma se encuentran en un pequeño piso, ocho mujeres que se reúnen cada semana para impulsar la Escuela Audiovisual de la organización Mujeres, Amazonía y Paz, Funmapaz. Un trabajo que gira alrededor de la comunicación, una forma de contarle al territorio lo que sufren las mujeres, pero también una forma de conectarse con la selva, con el ecosistema, con la tierra y con ellas mismas. Mujeres muy jóvenes, la mayoría no supera los 25 años,  cuentan -entre risas y voces tímidas- como este espacio se ha convertido en un lugar para pensar cómo viven y habitan el territorio. 

No es gratuito, como lo expresaron la decena de mujeres entrevistadas por Rutas del Conflicto, que esa huella no haya desaparecido y el surgimiento de iniciativas que propician la independencia económica, el reclamo y establecimiento de derechos de la mujer y la defensa del territorio. 

A unas pocas calles donde está el taller de Asudelma se encuentran en un pequeño piso, ocho mujeres que se reúnen cada semana para impulsar la Escuela Audiovisual de la organización Mujeres, Amazonía y Paz, Funmapaz. Un trabajo que gira alrededor de la comunicación, una forma de contarle al territorio lo que sufren las mujeres, pero también una forma de conectarse con la selva, con el ecosistema, con la tierra y con ellas mismas. Mujeres muy jóvenes, la mayoría no supera los 25 años,  cuentan -entre risas y voces tímidas- como este espacio se ha convertido en un lugar para pensar cómo viven y habitan el territorio.

En esta zona del país, muchas veces olvidada por el Estado, pero escenario de la violencia paramilitar y la consolidación de la guerrilla de las FARC, se encuentra Nubia Cachón, directora ejecutiva de Corpomanigua. Ella mueve sus manos al ritmo que habla sobre los caminos que se tejieron en la vida de las nueve personas que fundaron y permanecen después de 22 años, para conformar la corporación, un espacio que le apuesta a la construcción de paz desde la soberanía alimentaria, la protección del medio ambiente y la equidad de género.

El hilo que une historias 

En una casa amplia que se esconde del sol de Florencia vive Mariela Álvarez, una mujer que defiende los derechos de las mujeres caqueteñas y lucha por la autonomía económica de ellas. Hoy, representa la organización Asuldema, compuesta por 16 mujeres que por coincidencias de la vida terminaron en una capacitación de cómo hacer empresa. Decidieron juntarse y crear una asociación que, a través de la confección de sábanas bordadas, pintadas y hechas con retazos, les permitiera reflexionar sobre cómo viven y a qué se enfrentan las mujeres del Amazonas. 

Asudelma tiene mujeres entre los 13  a los 75 años, la mayoría ha sido víctima del conflicto armado. Según la Unidad de Atención Integral a las Víctimas, en el periodo 2002-2012 se produjo el desplazamiento masivo de cerca de 1.860 familias en el Caquetá. Sumado a los hechos victimizantes, para las mujeres estar confinadas a una dependencia económica y a los asuntos privados, las ha marginado de la defensa del territorio y de la vida. 

“Nosotras somos familia. Asudelma es eso, familia. Yo crecí sentada en una máquina de coser escuchando las historias de esta mujeres, cómo han sobrevivido y resistido después de ser desplazadas, de que les mataran a los hermanos”, recuerda Yuliana Castro, que ha acompañado desde que nació a su mamá Mariela en la defensa de los derechos humanos.

Yuliana y su mama Mariela le han apostado al empoderamiento de las mujeres del Caquetá, un relevo generacional en la defensa de los derechos. Por : Ricardo Sáncez Gómez 

En 2009, gracias a la iniciativa “Mujeres ahorradoras en Acción”, que dirigía el Departamento para la Prosperidad Social, con el objetivo de fortalecer procesos empresariales de mujeres en situaciones de vulneración, nació Asudelma. Entre venta de tamales, rifas y la compra de sábanas para venderlas nuevamente, nació la idea de confeccionar sus propia lencería hecha 100% de algodón. “Logramos aprender a hacer las sábanas, toallas higiénicas ecológicas y también sacar una línea de lencería elaborada con retazos de tela que sobran de otras producciones”, afirmó Mariela. 

Esta organización se ha convertido en la oportunidad de escucharse entre ellas, de contar sus experiencias y cómo entre todas poder solucionar lo que les está pasando. Mientras cosen las sábanas, que tienen motivos alusivos a la Amazonía, tejen sus historias, se reconocen en la otra. Asudelma les ha permitido no solo ganar económicamente algún recurso y mejorar la calidad de vida de ellas y sus familias, sino también les ha dado la posibilidad de ayudar a otras mujeres. 

‘Las tardes de barrio’ fue un espacio que la pandemia acabó, pero era la oportunidad para hablar con mujeres que no conocían de la organización y mucho menos de los derechos que tiene como mujer.  Durante unas dos horas, las mujeres a través de coser retazos de tela para formar una colcha contaban sus historias. Se hacían en grupos de cinco o seis para hablar  mientras la aguja pasaba de un lado al otro, reconocían y aprendían que lo que estaban viviendo les pasaba a otras mujeres y que eso era violencia.  

“Hicimos eso unas tres veces en diferentes barrios, donde nos encontrábamos a hablar de las violencias basadas en género. Atendimos a unas 300 mujeres. También logramos hacer un libro, el cual tiene las rutas de atención a las mujeres, qué cosas o situaciones son violentas, qué hacer en esos casos”, afirma Mariela. 

Traer el taller de costura, que está en el segundo piso de su casa, a la calle significa también enfrentarse a actores desconocidos que las amenazaban. En palabras de Mariela era “sentir miedo como si estuviéramos haciendo algo malo, pero no lo estamos haciendo”. Se refiere a las múltiples amenazas que le han hecho. Desde la Plataforma de Mujeres del Caquetá, a la que pertenece y ha defendido por más de 20 años, le recomendaron salir del territorio, pero para ella no es una opción. Asuldema es familia y no se puede ir sin ellas. 

Con miras a fortalecer tanto la autonomía económica y la defensa de los derechos de las mujeres, empezaron junto Oxfam un proyecto de comunicación. “Al principio creíamos que iban a enseñar, a manejar cámaras y equipos, pero nos mostraron que nosotras tejemos palabras con las sábanas, que eso también era comunicación”, afirmó Yuliana

Para ellas, a pesar de que las situaciones en el territorio contra  las mujeres no cambian tan rápidamente, están salvando vidas. “Cuando les mostramos a las mujeres cómo salir de situaciones que las están violentando o cuándo las ayudamos a despertar”. 

Por ello, la comunicación les ha permitido fortalecer sus procesos en dos vías. La primera, como lo afirma Yulima “que no sientan miedo al hablar, que se sientan seguras de lo quedicen, que tiene mucho que decir,  que sus historias valen”. Lo segundo, que puedan explotar el talento y la habilidad que han cultivado 16 años cuando fundaron Asuldema en la confección de sabanas con nuevas técnicas, como usar tintes de las platas amazónicas. Para ellas, el trasfondo de todo es poder convertirse en empresarias, que su lencería viaje por el mundo, soñar, volar y vivir una vida libre en el Caquetá. 

Por la defensa de la vida

La voz de las mujeres ha estado ausente de los medios regionales y locales. Según la radiografía de un país silenciado, hecho por la Fundación para la Libertad de Prensa, el 81% de la población del departamento del Caquetá vive en municipios donde no se producen noticias locales. Además, de los 44 medios de comunicación que hay en el departamento, entre emisoras comerciales y medios nacionales, el 9% son emisoras de la fuerza pública. 

Tatiana Orosco, una de las fundadoras de Funmapaz, narra que hicieron un diagnóstico del territorio, en el que encontraron que no había una oferta de medios audiovisuales que respondiera a la lucha y la defensa de las mujeres. “Aquí no hay un medio audiovisual dirigido por mujeres o hecho por mujeres. Ahí vimos una necesidad. Era fundamental encontrar un espacio donde lo que tú o yo dijéramos quedara registrado, un espacio que le apuntara a nuestro enfoque ecofeminista”. 

 

Así empezó la Escuela Audiovisual, como la oportunidad de aprender, de comunicar, de replicar los mensajes, pero también de encontrar un ingreso económico que les permitiera fortalecer la fundación y sus economías familiares. En voz de la representante de Funmapaz, Magaly Belalcázar, crear la Escuela era la oportunidad de generar una comunicación amplia, precisa, armoniosa, pero sobre todo colectiva. 

Y es que lo colectivo es el núcleo de Funmapaz. Un espacio para construir, para generar un diálogo sobre las violencias simbólicas y físicas que hay en el territorio.  Juntas, mujeres desde los 13 años hasta los 60, se reúnen cada semana  para aprender sobre el lenguaje audiovisual, sobre el uso de los equipos, sobre planos, pero también es la oportunidad para cuestionar, cuestionarse, preguntar y aprender sobre las violencias a las que han estado expuestas. 

“Ahora uno mira todo con otros ojos. A ver situaciones que para nosotras eran normales. Por ejemplo, escuchar y también decir “mire cómo maneja, eso fijo es una mujer”. Ahora es ver lo violento de esas palabras y que no es cierto tampoco. Ahora le puedo decir a mi familia que no diga eso por estas razones”, lo afirma Paula, una de las integrantes de la Escuela. 

A la voz de Paula se suma la de Daisy Carvajal, profesora de inglés y participante de la Escuela Audiovisual, “Sí, vemos con otros ojos. Vemos el poder de las imágenes, de cómo tomamos la foto y de lo que transmite, cómo pensamos la fotografía”. Haciendo referencia a uno de los ejercicios de sus clases, que tiene todas las semanas, en las que analizaron una fotografía de una parte de la Amazonía deforestada y su relación con las mujeres.“

Era preguntarse cómo viven las mujeres, cómo vivimos los extractivismos, cómo usan el territorio o cómo usan las mujeres. Cómoenfrentamos los problemas, cómo lo enfrenta la amazonía. La imagen representa muchas cosas y eso me ha llevado también a ser más observadora”, Daisy. Para Tatiana, tener una cámara ha sido la oportunidad para elaborar sus propios productos audiovisuales y llegar a emplear la comunicación audiovisual como una forma de prevención de violencias basadas en género y una forma, también, de visibilizar el trabajo de las mujeres en el departamento. 

La Escuela Audiovisual nació en 2020, hoy con apoyo de Oxfam han podido fortalecer y ampliar sus conocimientos a través de clases semanales. “Tenemos una monitora que nos ayuda con las indicaciones que nos da el profe virtualmente y vamos aprendiendo. Tenemos clases seis horas semanales”, afirmó Daisy Carvajal. Este proyecto les ha permitido llevar a cabo el sueño de que a través de la comunicación puedan expresar la conexión que existe entre la selva, el agua, el ecosistema y el territorio que habitan. 

 Poder tener un espacio para aprender del lenguaje audiovisual y cómo comunicar ha sido el  resultado de décadas de liderazgo. Sus fundadoras, Magaly y Tatiana, llevan varios años apostando y trabajando en la Plataforma Social y Política para la Paz e Incidencia de las Mujeres del Caquetá. Lograron hacer el primer encuentro de Mujeres Cuidadoras de la Amazonía, invitando a defensoras de Brasil y Bolivia al departamento. Un escenario para reflexionar sobre lo que vive la Amazonía. “Aquí no hay solo árboles que defender. Somos mujeres de la resistencia, que protegemos la vida”, afirmó Magaly Belalcazar.

Funmapaz fue la encargada de la logística del evento. También lograron con la Plataforma y la fundación formar la primera Mesa de Justicia de Género en Caquetá y así construir una hoja de ruta desde cuatro orillas: la prevención de violencias, la atención, la judicialización e investigaciones de hechos violentos a razón de ser mujeres. 

Sin embargo, estos espacios evidenciaron las violencias para mujeres lideresas. “Nos ha visibilizado, ha permitido que se conozca a nivel departamental y nacional el trabajo que hacemos las mujeres. Pero, a nivel local, no ha traído roces con algunos actores”, afirmó Tatianaq.  Las mujeres tomaron la decisión de no dejar entrar a medios locales y organizaciones que no fueran de base, querían un espacio seguro para hablar y que comprendiera sus exigencias y su situación. Como lo manifestó una de las mujeres partícipes de la Escuela: “Queríamos llegar con la comunicación a espacios que fueron vetados históricamente a las mujeres”. 

Para las lideresas el ser visibles les ha traído problemas a su seguridad. Así como Mariela  Álvarez ha sido amenazada por los compañeros sentimentales de las mujeres costureras y otros actores, también lo han sido las mujeres como Magaly. Mujeres que alzaron la voz al Estado exigiendo transparencia y atención efectiva en los derechos de las mujeres, como también a los distintos actores económicos y armados del departamento.

“Aquí lo ven a una como una loca”; “Nos dicen, usted por qué habla”, “Por qué no se queda mejor callada”, son palabras que reciben todo el tiempo las mujeres que lideran procesos organizativos en pro de otras mujeres y el territorio. Según el último informe de Global Witness, Colombia sigue siendo el primer país con más líderes asesinados, seguido de Mexico. Para la organización Front Line, los mayores ataques contra los liderazgos son en Latinoamérica, empezando con Colombia y para el 2022, el informe de la organización Somos Defensores, documentó 186 asesinatos. La recopilación de todos los datos manejados por estas organizaciones, quienes tienen los mayores ataques son defensores del medio ambiente, la tierra y el territorio, y las mujeres.  Para Tatiana, estas situaciones afectan la vida en familia, su seguridad y la de otras mujeres, pero “uno aguanta por el amor que hay de transformar”. 

“Nos atrapó la manigua”

El desplazamiento ha marcado la historia del departamento del Caquetá. Las mujeres, en su mayoría, llegan a las zonas urbanas sobreviviendo de la guerra. Deben encargarse del cuidado y sostenimiento de sus hijos. Lejos de su tierra llegan a Florencia y no hay dónde cultivar.  De esa necesidad de atender el desplazamiento nace la Corporación Manigua, una organización liderada por mujeres que defienden la amazonía, y que trabaja por la promoción de los derechos, la equidad de género, la autonomía y soberanía alimentaria.

Nubia Chacon es la representante legal de Corpomanigua, asumió ese cargo hace cuatro años al ser elegida por los demás fundadores. Son siete mujeres y dos hombres. Con distintas profesiones: contadores, administradores, químicos, comunicadores y agropecuarios llegaron a atender la situación de desplazamiento por separado “Nos unió un proyecto de Diakonie, que atendió la emergencia. Después de eso decidimos organizarnos y crear Corpomanigua hace 22 años”. 

“El primer enfoque que vimos y el tema a tratar fueron las mujeres”, afirmó Fanny Gaviria. Las mujeres en el Caquetá son mujeres trabajadoras, que han enfrentado la guerra y muchas han sobrevivido. Pero como también lo dice, son mujeres que les cuesta mirar hacia el futuro tras el horror del conflicto y se dedican a sobrevivir el presente. 

 

Fanny Gaviria en la sede de CorpoManigua. Organización que fundó y actualmente integra.

Sin comida, sin su tierra, violentadas, tal vez sin sueños y llevando las ausencias de quienes murieron, las mujeres del Caquetá con la Corporación Manigua han llevado procesos para trabajar en colectivo. La organización se encarga de buscar alianzas con colectivos y asociaciones de mujeres para trabajar en cultivos urbanos, en aprender sobre las violencias basadas en género, en la construcción de paz y  en la implementación del Acuerdo de Paz. 

El Caquetá, según el Dane, importa el 85% de los alimentos que produce. A la par que encabeza las listas anuales de deforestación en Colombia. Según las cifras oficiales del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), esta región perdió 38 383 hectáreas de bosque en 2021; 5 861 más que en 2020, lo que representó el mayor aumento en el país.

Las planicies amazónicas se convirtieron en sembrados de pasto para la ganadería. A los lados de las carreteras que recorren el departamento hay vacas y más vacas. Por ello, Corpomanigua de la mano de mujeres y familias campesinas le ha apostado a los cultivos de semillas originarias de la amazonia. Dónde las mujeres cuidan el territorio con prácticas mucho más amigables con la tierra. 

 Rio en Florencia, Caquetá. Ricardo Sánchez Gómez

 

“Para nosotros es importante el trabajo colectivo, el compartir saberes, el rescatar la vida campesina y no que nos convirtamos en empresarios del campo”, afirmó Nelson Hoyos, cofundador de Corpomanigua y el director de la línea de soberanía alimentaria. 

A su vez, Fanny Gaviria, es la encargada de llevar a cabo los proyectos de equidad de género. Aunque sea un eje transversal en las otras líneas de trabajo, en esta le apuestan por construir espacio para avanzar en política pública con un enfoque diferencial. Donde las mujeres encuentran un espacio para actuar en favor de otras mujeres, para crear redes de apoyo y mejorar las condiciones de vida de las mujeres campesinas. 

Corpomanigua trabaja en nueve de los 16 municipios del departamento: San Vicente del Caguán, Cartagena del Chairá. Puerto Rico, Florencia, La Montañita, Doncello, Solano y Belén de los Andaquíes y San José del Fragua. Ha podido llegar a las comunidades a pesar de la presencia de actores armados ilegales. “Hemos llegado donde el Estado no ha podido y no ha querido llegar. Lo hacemos porque las comufnidades nos respaldan, porque llegamos a aportar y a cooperar con familias que habitan el territorio”

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Para llevar los procesos y proyectos a las comunidades ha sido clave pensarse, no solo en las líneas de trabajo de soberanía alimentaria y equidad de género, sino en la comunicación como un eje transversal de la organización. “Empezamos un proyecto con OXFAM, en el que es esencial diseñar planes estratégicos para poder hacer una mayor incidencia en distintos escenarios para seguir transformando el territorio”. 

Para Nubia, fortalecer  la comunicación les permite mejorar la capacidad local de las organizaciones que acompaña Corpomanigua. También fortalecer la comunicación que permita comunicar y conectar la naturaleza con las mujeres. La forma de hablar del territorio como también hablar del cuerpo. “Poder hablar sin miedo, de expresar las necesidades que las mujeres tienen como mujer, como mujer caqueteña y amazónica”, afirmó Nelson al referirse al proyecto de ‘soberanía y comunicarte’. 

Las mujeres de Asudelma, Funmapaz y Corpomanigua le seguirán apostando a la lucha por la equidad de género, por poder habitar el territorio con libertad, por defender la Amazonía, por la vida. “Hay una violencia permanente por la Amazonía y por la mujeres pero resistiremos”. 

 

 

 

 

 





 

 

 

 

 

 

 

 

Actualizado el: Lun, 10/23/2023 - 16:51