El poder y el miedo

Antes de 1995, en el parque principal de Quipile, estaba el Palacio Municipal, la Alcaldía y la estación de Policía, y a pocos metros, en diagonal, se hallaban el Banco Cafetero y la Caja Agraria. En cada una de las cuatro tomas guerrilleras estos lugares, que representaban el poder ejecutivo, policial y económico del municipio, fueron atacados.

La Alcaldía no solo sufrió la destrucción del Palacio Municipal en la primera toma, también sus concejales y alcaldes padecieron por las presiones de los guerrilleros del Frente 42 de las Farc. Estos ataques contra las autoridades estatales llevaron a que el Concejo sesionara fuera del municipio sin que haya información de la fecha en que esto empezó a suceder ni si aún pasa hoy en día, y a que, en el año 2000 el alcalde Alberto Elías Torres fuera asesinado a la salida de Quipile cuando manejaba un campero rojo Mitsubishi en el que se transportaba regularmente.

El comando de Policía quedó totalmente destruído después de la primera toma en 1995 y debió ser reconstruido. Pero los ataques contra la Fuerza Pública no solo ocurrieron en las incursiones guerrilleras, sino también por medio de hostigamientos y asesinatos selectivos fuera de combate. Los pobladores recuerdan que la Policía no hacía presencia en el municipio diferente a los pocos policías que resistieron los años más difíciles del conflicto armado.

La Caja Agraria y el Banco Cafetero también fueron blanco constante de los ataques de la guerrilla, quienes durante las tomas intentaron llevarse el dinero que había en las cajas fuertes. También hace parte del recuerdo de la comunidad quipileña que, cuando cerró la Caja Agraria, pasaron meses antes de que algún funcionario entrara al municipio a hacer oficial el cierre de la sucursal.

La comunidad también tiene en su memoria, que la guerrilla controlaba hasta el comercio del municipio. Afirman que la única cerveza que se distribuía era la Polar, una marca proveniente de Venezuela.

“Aquí los que mandaban eran ellos”

El poder que buscaba ejercer la guerrilla en el municipio era tan grande, que el profesor Ezequiel recuerda que “las administraciones municipales eran simples objetos de obediencia de ellos [la guerrilla], el alcalde debía de hacer lo que ellos pidieran, la maquinaria le pertenecía a ellos, el presupuesto también, porque sinceramente el alcalde fuera como fuera le tocaba sacar plata para pagar lo que ellos quisieran”.

Así lo señala también un informe realizado por la propia Alcaldía Municipal, que dice que para mediados de octubre de 1998 las Farc reunió al Concejo de Quipile. La razón era que el Gobierno central había destinado un rubro para la guerra en el municipio, por lo que los guerrilleros les dijeron que no podían ejecutar ese dinero y que además ellos necesitaban que se le cobrara un impuesto a los campesinos, destinado a la guerrilla.

María*, pobladora del municipio, dijo que la presión ejercida por la guerrilla hacia los concejales fue tal, que ellos debieron realizar las sesiones fuera de Quipile, en Facatativá. Una de las personas más recordadas es Hernando Forero, que fue alcalde del municipio entre 1995 y 1997 y a quien los pobladores recuerdan como una persona que sufrió constantes hostigamientos por parte de las Farc.

Hernando Forero murió hace unos años y según Ezequiel González, la guerrilla lo hostigó tanto que él terminó mal de los nervios. Raúl Villarreal, quien lleva más de 20 años como conductor del municipio y que durante la época de la violencia manejaba la volqueta municipal, dice que también supo de amenazas e intimidaciones contra Hernando.

El 18 de diciembre del año 2000, Raúl Villarreal se dirigía al municipio de Madrid, a realizar unas diligencias, cuando vio que el carro del alcalde Alberto Elías Torres, se dirigía para Bogotá y preguntó si podían llevarlo, así se se ahorraría lo del pasaje. En el parque municipal se subieron el conductor, el alcalde en el puesto del copiloto y Raúl en la parte de atrás del campero Mitsubishi de color rojo quemado, en el que se transportaba a diario Torres.

Las últimas declaraciones que dio Alberto Elías Torres a un medio de comunicación fueron un par de días antes de su muerte, al Semanario de Cundinamarca, sobre la situación de orden público que se vivía en Quipile, según recogió una nota de prensa de El Tiempo. “Está tenaz, pero todavía me quedan quince días de trabajo, que cumpliré hasta el último minuto, con la frente en alto”, dijo el alcalde al medio de comunicación.

Algunas voces del pueblo señalan que algún informante, de esos que tenían las Farc, estaba pendiente de cuando el alcalde se montó al carro. Algo que los guerrilleros no tenían previsto era que, después de salir de la cabecera municipal, el chofer y el alcalde intercambiaron puestos, ya que Torres estaba aprendiendo a manejar.

En el sector del Boquerón dos o tres personas detuvieron el Mitsubishi rojo quemado, en lo que parecía un atraco, e intimidaron con pistolas 9 milímetros a sus ocupantes. “El alcalde y el conductor parecían como hermanos, en el color de la piel, ambos blancos, de bigote y cabello liso”, recuerda Raúl Villarreal. El guerrillero que más se acercó al carro dudó a quién dispararle y en varias ocasiones le apuntó al conductor y al copiloto.

Raúl recuerda que el guerrillero se dirigió hacia al lado izquierdo del carro, para estar más cerca de Alberto Elías. Después de que se oyeron tres disparos, lo único que Raúl hizo fue bajar la cabeza hasta sus piernas y temer por su vida. “Yo no hacía sino pensar en mis hijos pequeñitos, mi niña y mi niño, incluso ese día yo sentí que hasta acá llegó mi vida”, recuerda.

Pero tan pronto el arma sonó por última vez y el carro se llenó de sangre, los asesinos huyeron. Fueron tres disparos, todos ellos mortales, los que acabaron con la vida de Alberto Elías Torres. Era un alcalde muy conocido en el pueblo porque tenía una polvorera y era experto en el uso de la misma. Gloria Castro, habitante de Quipile, recuerda que estaba con su esposo en una finca familiar, cuando su cuñado se devolvió a la casa. “Mataron a Alberto”, dijo y junto a su hermano se pusieron a llorar, pues más que el alcalde Alberto Elías Torres era su amigo.

Uno de los disparos rebotó en el vidrio después de impactar al alcalde e hirió al chofer en un brazo. Cuando llegó la jueza del municipio, le preguntó al chofer que si podía manejar el carro.

— No, yo no puedo — fue la respuesta.

— ‘Villa’ [como también le dicen a Raúl], ¿usted puede manejar? — le preguntó la jueza y él aceptó.

El cuerpo del alcalde lo pasaron al lado derecho, reclinaron la silla y lo taparon con una sábana. Raúl se montó en el carro que estaba lleno de sangre y condujo. Él recuerda que después de llevarlo a la cabecera municipal se fue a bañar y cambiar de ropa a la casa, donde no dejaba de tener miedo por lo que acababa de suceder.

Esta no fue la primera vez que Raúl transportó a alguien asesinado por la guerrilla. Como era el conductor de la volqueta Dodge 300 de la Alcaldía, muchas veces le pidieron recoger los cuerpos de las víctimas, que la guerrilla dejaba a su paso por la zona rural del municipio. A Raúl lo enviaban junto con los aseadores del pueblo a realizar los levantamientos y llevar los cadáveres hasta la morgue del cementerio para entregárselo a la inspectora de Policía o a la jueza.

Una noche, la jueza de Quipile le dijo a Raúl que por favor subiera a recoger un cuerpo que habían dejado a la orilla de una carretera. Él fue hasta allá y se encontró con el cadáver de un hombre que tenía varios impactos de bala. “Estaba el charco de sangre…”, recuerda Raúl.

La jueza preocupada porque él no llegaba, salió a buscarlo y se encontró con que la volqueta estaba parqueada en el lugar de siempre y fue hasta su casa para reclamarle por no haber ido por el cuerpo. Él le explicó que él solo no pudo recogerlo y decidió esperar hasta el otro día.

Como la jueza no estaba convencida de que él hubiera ido, tomaron la decisión de volver a ir. “Vea el cuerpo está ahí, al lado de la carretera”, le dijo Raúl a la funcionaria.

“Yo llegué a recoger el cuerpo pero estaba el charco de sangre y me tocaba subirlo a la volqueta, y yo solo. Me devolví”, Raúl.

La volqueta Dodge 300, que manejaba Raúl, era para transportar arena, tierra y escombros, pero como las autoridades no podían recoger los cuerpos de quienes eran asesinados por la guerrilla, ya que tenían amenazas en su contra, también fue utilizada para ello. Raúl, sin proponérselo y sin que fuera parte de su labor como conductor de la Alcaldía, se convirtió en la persona que hacía los levantamientos de cadáveres en el municipio.

“Que vaya recoja un cadáver en La Virgen, que vaya a recoger un cadáver en La Botica, en la sierra, mejor dicho, eso era casi que permanente”, recuerda Raúl. Incluso en el asesinato de los ocho policías que estaban custodiando en 2003 las fiestas de los Reyes Magos, Raúl tuvo que ir con la volqueta al lugar en el que se estaba haciendo el levantamiento, aunque esa vez se la entregó al comandante de la Policía y se devolvió, pues se sintió incómodo en el lugar.

La Policía, el blanco de la guerrilla

El ataque hacia los ocho policías no fue el único, en cambio si fue de las pocas ocasiones en las que la Policía hizo presencia en el lugar, sin contar con los pocos miembros que estaban asignados al comando de Quipile, quienes constantemente debían resistir lo ataques por parte de la guerrilla.

Muestra de que la Policía siempre fue objetivo de la guerrilla es que, en 1991, uno de los primeros ataques de las Farc que salió en prensa fue el asesinato de dos policías y un civil en la vereda La Virgen, según reportó El Tiempo. El medio además añadió que los guerrilleros que hacían presencia en Quipile eran alrededor de 100 hombres y venían de La Uribe, Meta, huyendo del Ejército.

La fiesta de los Reyes Magos es uno de los eventos tradicionales en Quipile, por lo que la Policía había enviado a custodiar la celebración a ocho policías desde San Juan de Rioseco. El 8 de enero de 2003 en la madrugada, y después de finalizadas la celebración, los policías Ronald Chaguendo, Mario Londoño, Freddy Hinestroza, Carlos Castrillón, Luis Cortés, Oswaldo Corredor, Carlos Caldas y Harold Cuervo estaban de regreso en dos camionetas color gris a su municipio, cuando fueron atacados en la vía principal, cerca del sector del Tabacal.

Noticia del atentado contra los 8 policías en 2003.

Todos los policías murieron. Este es recordado como uno de los peores ataques contra la institución. Como la Policía de Quipile no contaban con patrullas o motos para movilizarse, minutos después del ataque, uno de los agentes llegó a la casa de Raúl Villarreal, conductor de la volqueta del municipio, para preguntar si los podía llevar.

En el lugar, Raúl se sintió mal al ser la única persona que estaba de civil y le dijo al sargento que le entregaba las llaves, que él se devolvía. Al final, los cuerpos fueron llevados por los Policías a la vereda Argentina, donde un helicóptero los recogió.

Y aunque este fue el ataque más grande contra la Policía, no fue el único. De hecho, otro de los ataques que marcó a los quipileños, especialmente a Raúl, fue el de un policía que se dirigía, de civil, hacia Bogotá en flota y fue bajado del bus y asesinado.

Ese día, la Policía no podía ir a recoger el cuerpo por las constantes amenazas de los guerrilleros, además de no tener cómo transportarse. Por ello, como en tantas ocasiones, la labor de levantamiento del cuerpo le fue encargada a Raúl. En la volqueta Dodge 300, se dirigió al lugar con las personas encargadas del aseo del municipio. Antes de partir, uno de los comandantes le advirtió a Raúl que tuviera cuidado porque el cuerpo podía tener explosivos que podían estallar al movimiento.

Ante esta advertencia y el temor de que algo pudiera pasar, Raúl se consiguió una cuerda de 40 metros. Al llegar al lugar, junto a los aseadores, con mucho cuidado le amarraron un pie al policía asesinado y lo arrastraron varios metros para asegurarse que no tuviera ningún artefacto explosivo. Después de eso lo levantaron, lo subieron a la volqueta y lo llevaron hasta el cementerio del pueblo.

Raúl no solo fue la persona que condujo la volqueta del pueblo, también se convirtió en el que hacía los levantamientos de cadáveres junto a las personas de aseo del municipio. A la puerta de él era a la que llegaban a tocar si necesitaban recoger un muerto y sin importar la hora que fuera, él lo hacía. A pesar de todo lo que vivió, no se inscribió al Registro Único de Víctimas, RUV, cosa que él hoy en día se cuestiona, pues sin duda también vivió el conflicto armado que ocurrió en Quipile.

Como lo narra la comunidad, durante la época del conflicto en Quipile, los ataques constantes a los policías no solo ocurrieron durante las tomas, también hubo hostigamientos y los llamados ‘Plan Pistola’, nombre dado a la orden de asesinar uniformados.

A menos de 50 metros del parque principal, la droguería California fue ‘testigo’ del ‘Plan Pistola’, cuando un policía alrededor de las 3pm llegó al establecimiento a comprar un helado y hombres que se transportaban de civil en una moto, lo asesinaron. Una de las habitantes de Quipile y que trabajaba para el banco Caja Agraria, recuerda que ese policía era de Manizales, porque ella le realizaba las consignaciones a la mamá para un apartamento que le regaló. Estos ataques hicieron que la comunidad construyera una especie de rechazo a los uniformados. Dicen que preferían alejarse de ellos y evitar que las Farc los señalaran como colabores de la Fuerza Pública.

“Pasar de ser lo alto (lo mejor), a ser, mejor dicho, lo peor del pueblo”, recuerda María, habitante del municipio, acerca de cómo se le veía a los policías en Quipile. De hecho, varios pobladores recuerdan que muchas veces los uniformados no podían entrar a los establecimientos comerciales, pues los dueños del lugar temían que algún informante de la guerrilla los señalara de trabajar con la Policía.

La vida de los policías de Quipile y de sus familias era de constante miedo, ya que no solo estaban en riesgo durante los ataques guerrilleros; estaban en constante amenaza. Por esta razón lavaban los uniformes dentro del comando, o si lo hacían en sus casas, debían ponerlos a secar dentro, para que la guerrilla no supiera en dónde vivían y así mitigar los ataques contra sus familiares.

Los policías pasaron de ser lo mejor, a ser lo peor del pueblo. - María*

De todos modos las Farc también atacaron las casas de los uniformados, e incluso pobladores como María*, recuerdan que muchas veces los uniformados debían escapar junto a sus parejas por los solares de los hogares.

Controlaron hasta la cerveza

Las entidades bancarias siempre fueron objetivo militar de la guerrilla con la intención de robar y saquear sus cajas fuertes, ya que al Frente 42 se le reconocía como uno de los principales financiadores de las Farc en el país. María*, quien trabajó para la antigua Caja Agraria, recuerda que la presencia de la institucionalidad era mínima, ya que desde Bogotá les daba miedo enviar a alguien o nadie quería ir, como lo recuerda Juan, un exfuncionario de la entidad.

Después de la segunda toma guerrillera en Quipile, el 3 de octubre de 1998, el grupo armado se llevó la caja menor de la Caja Agraria, pero al final no pudo abrirla y la dejó tirada a mitad de camino. La preocupación de los trabajadores aumentó, porque la entidad se demoró varios días en ir al municipio a revisar los daños que dejó el ataque de la guerrilla. Quienes trabajaban para el banco hicieron turnos para cuidar el lugar, ya que lo que pasara con los bienes iba a ser responsabilidad de ellos.

La misma situación se repitió cuando la Caja Agraria cerró sus puertas. María recuerda que a ellos simplemente les llegó un fax diciéndoles que ya no trabajaban más para la entidad. Ella dice que lo que más tristeza le dio, fue que los funcionarios de la entidad se demoraron cerca de tres meses en ir a recibir el lugar. "Cómo sería el miedo que ni la entidad entraba al pueblo", dice la mujer.

En esos meses en los que ningún funcionario de la Caja Agraria llegaba de Bogotá a hacer oficial el cierre, los trabajadores, como ocurrió después de la segunda toma, hicieron guardia enfrente del establecimiento sin ningún tipo de retribución económica. Como en el lugar se manejaba dinero, ellos no se podían ir sin que se hiciera el cierre oficial de la entidad y que algún funcionario fuera a recogerlo el capital. Ella dice que sentían que eran los directos responsables de lo que le pasara al dinero restante.

Juan era funcionario de la Caja Agraria en Bogotá pero era enviado constantemente al departamento de Boyacá, a hacer las diligencias en los territorios. Un día, cuando llegó a la oficina central en la capital, le dijeron que no habían podido recibir el cierre de una entidad en Quipile y le preguntaron si él podía ir. Aceptó, pero consciente de que iba para una zona de bastante riesgo a la que nadie había querido ir antes. Pidió un pago mayor al que se cobraba normalmente para así poder pagar la primera cuota de su casa. Él también pidió que le firmaran un documento en el que quedaba establecido que si le pasaba algo, la entidad respondería por las demás cuotas de la casa para la familia de Juan.

Se fue en uno de los carros de la empresa y en el retén de las Farc, que estaba antes de ingresar a Quipile, se bajó para mostrar que no tenía nada, presentar su carné y decir que él no iba a hacer nada malo, solo a realizar el cierre de la entidad. La advertencia que le hicieron los guerrilleros fue que tenía que salir antes de las 5 de la tarde o quedarse pero que en las carreteras no podía movilizarse después de esa hora. Juan recuerda que él no se quería quedar en el municipio, por lo que la diligencia se demoró dos días.

No sólo las entidades económicas de Quipile se vieron gravemente afectadas por la presencia guerrillera, el comercio también. Las Farc controlaban el ingreso de gaseosas y cervezas. Las compañías nacionales no podían distribuir allá, por lo que solo se consumía cerveza Polar, traída de Venezuela.


*El nombre ha sido cambiado por petición de la fuente.